Con afán estiraba la mano buscando soportar y aferrar su pesado y anciano cuerpo a alguna parte de aquella bestia, intentando no ser una masa que simplemente se mueve al compás de aquel animal que se mueve, acelera y desacelera sin compasión de quien lo monta. Es inútil ya buscar el lugar que por derecho le pertenece, pues otros ya lo han ocupado, se han casi apropiado de éste, ignorando por completo que él esta allí, y eso que el blanco de sus canas llama la atención de todos, él pidiendo a gritos y gestos silenciosos para que le sea entregado su puesto;
Calla, si, porque como cuesta aceptar cuando se necesita una ayuda, un reposo, como cuesta incluso reclamar los derechos que las arrugas, la experiencia, la edad han ido exigiendo. Pero por mas que las canas que adornan su cabello hagan advertencia de que es un cuerpo torpe y débil se encuentra allí, es vergonzoso, aceptarlo, es doloroso también, saber que ya no eres capaz de soportar de pie un recorrido en bus en una ciudad como Bogotá.
Le temo a la edad, a la vejez. No tal vez como la mayoría lo hace, pues no son las canas y las arrugas lo que me atemoriza. Físicamente me angustia la idea de perder el control de mi cuerpo, la independencia, y peor aun, los sentidos.
Me duele la vejez de hoy y estoy lejos aun de ella.
Me duele como el mundo sigue girando y no espera, no mira atrás para ver quien se va quedando. Y esto es aun mas cruel que Darwin, esto no lo considero la ley natural. Es atroz la forma en la que cada sistema se complejiza minuto a minuto olvidando a los que les da miedo salir de su casa, porque afuera estará el lobo de la velocidad. Les da miedo que el lobo se los coma.
Y es que una maquina no repite el mensaje, y es que entre todos los botones no hay uno para subir el volumen o ampliar la letra. Esas opciones ya no las hay.
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