Y mientras sus párpados pesados ya no lograban volver a abrir,
ella tomó en sus manos aquella carta que alguna vez le escribió, pero que nunca le entregó por temor, -solo mamarrachos- pensó.
Ser malentendida quizá causaría estragos en la relación,
pues sus palabras formarían la imagen de una mujer que impulsada por los celos inútiles le escribía
"Entonces hoy te pido: ten cuidado con tus desiciones.
Porque me has hecho doler los cachetes, la barriga y la cara de tanto sonreir.
Porque me ha dolido la felicidad de cada día.
Duele el tanto sonreir. Duele ser felíz. Duele bien.
Y es ese dolor el del amor y no el que tantos dicen que es.
El dolor de sentir tu presencia aunque no estes.
El saber que estás.
El dolor que conecta lo que parecía mentira con la realidad.
Polo a tierra.
Es real.
-las malas elecciones- alguna vez me dijiste. Son las malas elecciones las que nos llevan a ese lugar al que no queremos llegar.
Por que en ese lugar duele.
Y no duele bien.
No es ese dolor el del amor.
Hoy te digo, ten cuidado amor, ten cuidado con tus desiciones.
Hoy te pido, no me mientas, no me mientas, que aquí estoy, que yo escucho...
Hablame siempre te pido,
Te ruego no me mientas.
Que es mi mayor temor, confieso.
Mas que el engaño, temo al fin. Temo al dolor que no duele bien.
Por eso aquí plasmo mi promesa, y con ella mi petición.
Mi promesa será al mismo tiempo mi fin entre tu y yo: Que te duela la felicidad, con todo lo que eso implica.
Hacerte Felíz es mi fin.
Habiendo mencionado mi promesa, te escribo mi petición.
Sin importar motivo o tiempo,
si ya no sonries, si la felicidad ya no duele
hazmelo saber.
solo eso te pido, hazmelo saber, no me mientas, sé felíz.
(...)"
Le leyó el -Te amo- bajito al oido, cerrando los ojos y sintiendo desde el estomago cada letra que pronunciaba.
Le besó la frente.
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